¿Dónde me quieres ver, Señor? ¡Empújame, jálame, arrástrame…! Si no es a las buenas, a las malas, pero llévame donde Tú me quieres ver.
Cuando las obras se empiezan por Dios, no se debe desconfiar ni temer.
A medida que yo salgo de mí misma, Dios entra en mí y me transforma en Él.
A veces Dios da un consuelo grande, cuando va a mandar una prueba también grande; otras veces es al revés, las tribulaciones en la oración preparan el camino al consuelo de otro orden. La cruz prepara el consuelo y el consuelo prepara la cruz.
Si nos esforzamos para caminar al paso de nuestro Señor y estamos en lo que Él quiere, entonces veremos las cosas como Él las ve, y nuestros puntos de vista ya no serán meramente humanos.