Para que se purifique el corazón y el alma se sirva de eso mismo: venza las pasiones, arranque las malas hierbas… y así forme un jardín en su corazón.
Son necesarias las prácticas de penitencia: para los sentidos, por la mortificación; para el corazón, por la abnegación; para el espíritu, por la humillación voluntaria.
Todo es trabajoso en este mundo. Todo ha de costar y se ha de comprar cada progreso de la comunidad con mucho sacrificio.
Hay que trabajar en nosotras mismas, interior y exteriormente, y padecer lo que El nos envía con valentía y alegría de corazón, porque ya sabemos que sufrir pasa, pero haber sufrido no pasará jamás.
Nuestro cuerpo y nuestra voluntad inmolada por la obediencia, deben ser instrumento de trabajo, víctima y santuario habitado por Dios perennemente.