La oración que elevamos desde la cruz ha de ser la que más pronta y seguramente llega al cielo.
Hacer oración con nuestras propias preocupaciones.
Cuando nos encontremos en una duda sobre lo que debemos hacer, preguntemos a nuestro Señor lo que más le gusta.
El don de la piedad es una facilidad, una luz superior que nos hace obrar con suavidad en todo.
No hay como el Evangelio, allí encontramos la oración perfecta.