La coronación de María es la revocación de todas las sentencias, el consuelo de todas las lágrimas, el don de todos los carismas, las gracias que previenen, las que convierten, las que santifican, las luces que elevan, el amor que transforma.
Todo pasa por las manos de María, porque sigue siendo Madre de Jesús en el corazón de los elegidos.
Cuando estoy triste, pienso en el cielo; cuando me creo abandonada, María es mi Madre; cuando me veo pobre y afligida, la cruz es mi herencia, ésa es mi riqueza.
La Santísima Virgen es un abismo de humildad, mirándola a Ella no nos quedan deseos de levantarnos sobre los demás.
Se acostumbraran todas a invocarla con confianza filial, a buscar en Ella consuelo y sostén en las penas íntimas, y en las arideces del espíritu y las agitaciones del corazón.