Las religiosas caminarán por la vía espiritual que Dios trace a cada una, con la simplicidad que es el distintivo de su vocación, buscando sencillamente a nuestro Señor.
La sencillez en la piedad hace de nuestro Señor no sólo el fin y objeto primordial de la vida, sino también el medio y el principio. Con Él comienza sus primeros pasos, con Él adelanta y con Él llega a la cumbre que es Él mismo.
El primer fruto de la sencillez es la unidad en ideas, aspiraciones y esfuerzos hacia su fin.
La unidad y la simplicidad producen la rectitud, que es la virtud en que debemos fundamentar toda nuestra vida espiritual.
La sencillez es una virtud que abarca la verdad y la justicia.