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Estudiemos el libro del Crucifijo: sus llagas son palabras escritas en ese libro; palabras de amor, de reconciliación y de paz.
La liturgia es la unificación de las cosas en Dios, ella llama a todos las cosas de la creación a unificarse en una santa armonía para Dios.
La liturgia nos defiende, nos protege. Ese es nuestro espíritu.
La gloria es el hombre morando en Dios; la paz, Dios morando en el hombre.
Las religiosas caminarán por la vía espiritual que Dios trace a cada una, con la simplicidad que es el distintivo de su vocación, buscando sencillamente a nuestro Señor.
Nunca debemos dispensarnos de la mortificación por viejas y enfermas que nos encontremos.
La piedad no es cuestión de sentimientos, sino la preocupación de hacer la voluntad de Dios.
Lo que más debemos temer es no amar bastante. Cuando miramos nuestro crucifijo debemos decirle: Señor ¿te amo bastante?…. ¿Te amo como Tú mereces…? Este temor debemos tenerlo todos, no amar bastante.
Catequicemos a nuestros hermanos con el ejemplo, ¡linda catequización!
Entréguese sincera y totalmente a nuestro Señor, para siempre, para estar aunque sea hasta el fin del mundo donde le ha puesto la obediencia, si no, no es religiosa.
La santidad de un miembro de la Congregación hace bien a toda la comunidad. Sobre todas cae ese brillo.
La acción de Dios se prolonga en el alma cuando ésta corresponde, se somete y se adapta.
La oración que elevamos desde la cruz ha de ser la que más pronta y seguramente llega al cielo.
La coronación de María es la revocación de todas las sentencias, el consuelo de todas las lágrimas, el don de todos los carismas, las gracias que previenen, las que convierten, las que santifican, las luces que elevan, el amor que transforma.
La caridad es sencilla y suave, es como una madre de familia que se preocupa de que sus hijos sean buenos.
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A la que le cuesta vencerse para tener caridad con su hermana, es porque está muy abajo todavía.
¿Dónde me quieres ver, Señor? ¡Empújame, jálame, arrástrame…! Si no es a las buenas, a las malas, pero llévame donde Tú me quieres ver.
El mejor camino para la humildad es el fracaso humano, es más seguro para esta vida. Yo le tengo miedo al éxito.
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Publicado:
13 agosto, 2015